Las 1001 caras de JanoExtrarreal
Por Juan Cervera Sanchís Jimènez y Rueda - 19 de Junio, 2012, 20:27, Categoría: Las 1001 caras de Jano
Cerrar y abrir la puerta al mismo tiempo y, al mismo tiempo, traspasarla, entrar y salir al mismo tiempo, y tratar de saber dónde realmente estamos. Si es que estamos. Saber y no saber. Ignorar y no ignorar. Verte y no verte. Tocarte y no tocarte. Estar y no estar. Ser y no ser. Vivir y no vivir. Morir y no morir. Sospecho que hoy, al igual que ayer y, sin duda, mañana, desperté extrarreal y lúcidamente dormido, así que no trates de confundirme y, mucho menos, obligarme a aceptar la realidad. ¿De qué me estás hablando? La realidad, la realidad, ¿qué es, si es que es, la realidad? ¿Acaso lo sabe alguien? No sé quién, pero alguien me dijo que la realidad, eso que llamamos realidad, no existe, que lo único real es lo extrarreal y, lo extrarreal, son esas niñas y esos niños que nacieron hoy y, a su vez, esas mujeres y esos hombres que hoy murieron. Lo extrarreal, sí, lo extrarreal es lo único existente, y es por ello que no ceso de preguntarme: ¿Cuándo mi sombra se perdió dónde estaba mi cuerpo? ¿Cuando mi cuerpo desapareció dónde se fue mi sombra? Quisiera saberlo, ¿para qué? No lo sé. No lo sé. ¿Entonces? Lo extrarreal inabarcable es mi Dios imposible. ¿Ya entendiste? No te preocupes porque no hace falta entenderlo. Lo extrarreal eres tú y yo, tan extrarreal como tú. Sólo somos criaturas–sueños definitivamente extrarreales, como la totalidad de la Creación y su Creador, de la que, y del que, somos partes extrarreales e inseparables. El toro
Por Juan Cervera Sanchís - 4 de Marzo, 2010, 23:37, Categoría: Las 1001 caras de Jano
Por Juan Cervera Sanchís De su libro “Las 1001 caras de Jano” * –¿Qué hago yo aquí? ¿Qué hago yo
aquí? ¿Qué hago yo aquí?, se preguntaba a sí mismo; le preguntaba al sol, al
polvo, al aire, al agua y a todo cuanto lo rodeaba, sin recibir respuesta y
angustiado hasta los cuernos y con los testículos arrugados de pavor. Corrió y corrió, con ojos
desorbitados, y le dio dos vueltas al ruedo en la plaza más grandiosa e
importante de aquel mitológico país. Su corazón, acelerado, era un
tambor de enloquecidas resonancias, a punto de estallar y detenerse para
siempre. –¿Qué hago yo aquí? ¿Qué hago yo
aquí? ¿Qué hago yo aquí?, se preguntaba sin entender nada de nada. Su miedo iba en aumento. Todo él
era un bulto sombrío de nervios, de carne, de sangre y huesos despavoridos. El Toro, ante aquella, para él,
inexplicable y terrorífica realidad, tan irreal, sentía que se estaba volviendo
loco. Sí, ¿qué hacía él allí ante
aquella multitud de sanguinarios terroristas, que gritaban en los tendidos?
Hombres y mujeres de almas bárbaras y carentes de compasión. ¿Qué hacía él allí, lejos de los
frescos e idílicos campos donde había transcurrido, hasta entonces, su feliz
vida? Una especie de figurín vertical, y
vestido de colores, el Torero, algo en sí para lo que el Toro no tenía ninguna
explicación, apareció con un trapo escarlata en la mano y comenzó a burlarse de
él. Lo llevó con engaños hasta donde había un caballo, montado por un gordo y
maloliente figurín, con un raro y largo garrote en la mano. Sin pensarlo e
impulsado por su bravura arremetió contra el caballo con intención de derribarlo.
Ni su fuerza ni sus cuernos le sirvieron de nada. Retrocedió chorreando sangre
por su lomo dolorido. A continuación, unos figurines,
muy bailarines, con unos garapullos en la mano, le produjeron más dolor y más
sangre clavándoselos en su lomo. Furioso, dejó de tener miedo y arremetió
contra los que lo instigaban, sin éxito. Por más que lo intentó no pudo
clavarle sus cuernos al figurín vertical, que lo engañó una vez y otra vez, con
su trapo escarlata y, luego, con saña, lo atravesó, aunque sin poder darle
muerte, en dos ocasiones, con una afilada y larga espada. El coraje y el odio hacia aquel
figurín vertical y perverso lo mantenían firme sobre sus cuatro patas, por lo
que el figurín, sin ningún valor reconocible y sí con toda clase de ventajas a
su favor, lo apuntilló en la nuca y, al fin, murió, sin saber por qué y para
qué moría, como mueren los llamados toros de lidia en manos de figurines, que
se dicen artistas, como los verdugos de la Edad de Media, cuando se deleitaban
ejecutando a los indefensos e inocentes herejes. * Publicado por Proyecto Cultural Chobojos
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Por Juan Cervera Sanchís - 14 de Junio, 2008, 11:00, Categoría: Las 1001 caras de Jano
Aquel mendigo, cansado de implorar una limosna por el amor de Dios, y tras soportar estoicamente la indiferencia de la gente, que pasaba a su lado sin dignarse socorrerle, decidió cambiar su tono lastimero y el texto con que suplicaba el auxilio de los transeúntes.
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Por Juan Cervera Sanchís - 14 de Junio, 2008, 0:30, Categoría: Las 1001 caras de Jano
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